Hablar con esa prostituta rusa;
no recordar su nombre pero sí su dignidad.
Compartir los sueños de aquella rubia eterna;
con su guitarra tras la barra de un bar.
Escuchar la poesía de los amigos
junto a cucarachas alfabetizadas.
Volver a creer en las propias ideas
e intentar transformarlas en realidades.
Caer en el pecado original una madrugada cualquiera,
arriesgando futuras sonrisas.
lunes, 21 de enero de 2008
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