miércoles, 4 de marzo de 2009

impoluta

Bueeeno, bueno-bueno-bueno. Voy a contar una historia muuuy larga. Tanto, que algunos hasta podrían catalogarla de “extensa”. Otros dirán: “aburrida”. Aquel del fondo, en cambio, la considerará “entretenida”.
Reeeeesulta, que había una vez una personita muy diminutiva (y algo surrealista). Le encantaba volar. Pero no podía. Amaba cantar, pero ignoraba todo sobre melodías. Aborrecía el solfeo e idolatraba al dios Febo. Descalza (ya que suelas menciono) se paseaba.
Con su musiquita mental a cuestas, retumbando en su cabezuela, kilometreaba de aquí para allá, en un recorrido hexagonal repleto de sendas paralelas, arbustos bicolores y aves lampiñas.
Cuatro lunas y un Plutón iluminaban su victorioso derrotero. Cada tanto, con altruismo rayano con el valor, montaba en un cocotero.
Aruba, Jamaica… ¡El Bajo Flores! Soñaba dormida con tales paraísos trimestrales.
Vivir la mantenía ocupada, entretenida. Respirar era un bacanal. Tengo su imagen grabada en mi memoria: ella brincando con su camisetita de “Salvemos al bacalao” y su única joya: un dedal de baquelita…
Así fue su vida, felizmente truncada por una muerte natural. Impoluta (tal era su nombre y denominación de origen) no pudo evitarlo. Repentina e inescrupulosamente, apareció un bigotudo uruguayo navegando en un piano… (él no se percató) y con sus teclas y pedales la aplastó.