martes, 25 de marzo de 2008

Rayuela


Abro aquella caja en donde amontono mis libros recuperados.
Una edición de Rayuela -creo que de Editorial Alfaguara- idéntica a la mía. Pero no lo es. Porque dentro, sus hojas están repletas de anotaciones, párrafos subrayados y comentarios al margen. No presto demasiada atención pero reconozco esas huellas literarias.
Mi dedos pulgar e índice derechos abanican las páginas, cuando un papel blanco se desliza y cae: una hoja plegada y desgastada con la trascripción de una cita que imagino pertenece a “la flaca” imaginada por Cortázar.
Dice así: “Convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas. Y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse…”
Para ser exacto, hay también una segunda frase anotada, pero ésta otra me resulta algo trivial.
Encuentro otros dos libros que tampoco me pertenecen. ¿Qué hacer entonces? Los separo, podría devolverlos. Sobre aquel añejo escritorio, esa amorfa trilogía de libros despistados descansa unos días mientras determino su suerte.
Decido regalar a un amigo esos otros dos libros porque (¿Casualidad?) son de un autor que unos días antes habíamos debatido.
No sé bien por qué, pero separo a la blanca hoja desgastada (otra vez plegada) y la invito a mi maleta para acompañarme en mi viaje de regreso a Madrid.
Pero Rayuela… Demasiadas anotaciones, párrafos subrayados y comentarios al margen. Demasiada pasión como para entregarlo sin más. Lo conservo en Buenos Aires, en esa caja de cartón en la que años atrás escribí en su exterior: “Libros-Javier”.
Cierro aquella caja en donde amontono mis libros abandonados.

(Para ese ‘amigo de la infancia’ que no hice a tiempo a visitar esta vez)

Looponia


Me contento con pequeños gestos: la sonrisa de esa chica que me invita a fumar, las charlas con algún amigo, la carita de mi sobrina, un buen culo en el metro.

Pienso esto en el vagón cafetería del tren que abordé hoy: Helsinki-Rovaniemi. Miro a través de los amplios ventanales, observo a los otros pasajeros… Esta parte del viaje es mi favorita: aún hay luz natural. El momento más difícil llega cuando oscurece y las luces del vagón transforman a los ventanales en espejos que reflejan el interior del tren. Entonces desaparecen las casitas, los árboles del exterior y aparece mi rostro, mi fría expresión. No puedo sostener mi propia mirada, apuro la cerveza, me levanto y me voy a mi compartimiento. Sé que me costará conciliar el sueño. No importa, mañana amaneceré en Laponia.

Fue la incertidumbre la que me empujó a abordar ese tren. Envuelto en tanto gris, parecía lógico coger un coche-cama en el expreso Helsinki-Rovaniemi. El viaje duraría trece horas. Escapar al norte, llegar a Laponia y pisar el Círculo Polar Ártico eran una buena alternativa. No me engañaba creyendo que dejaría atrás mis inconsistencias. Al contrario, todo este viaje buscaba eso. Despojarme de la rutina y encontrarme cara a cara con mis sentimientos.

Compartimiento número 315 del vagón 62. Dejo allí mi mochila sobre la litera y me dirijo al vagón-cafetería. Una cerveza, un sándwich y a mirar cómo me alejo de Helsinki a través de la ventana. Paisajes bucólicos, los colores del otoño en las hojas de los árboles. Finlandeses apurando las últimas caminatas antes del frío invierno, un lago aquí y otro allí. La torre del estadio olímpico a lo lejos. Comienza a oscurecer. Afuera, las escenas se repiten: algunas casas, coches, grandes depósitos y fábricas.

Mientras dura la luz natural, el movimiento del tren me apacigua y me relaja en complicidad con la cerveza. El momento más difícil llega cuando oscurece y las luces del vagón transforman a los ventanales en espejos que reflejan el interior del tren. Enntonces desaparecen las casitas, los árboles del exterior y aparece mi rostro, mi fría expresión. No puedo sostener mi propia mirada, apuro la cerveza, me levanto y me voy a mi compartimiento. Sé que me costará conciliar el sueño. No importa, mañana amaneceré en Laponia.

(Para mi amigo Marce, un crack)