lunes, 21 de julio de 2008

Fuga temporal


Segundos les separan… Una misma calle.
Mismo clima, mismos pasos, mismas rutinas, mismas gotas.


Lluvia compartida, un día gris.
Uno, oficinista agobiado; una, recepcionista agotada.
Él, divorciado; ella, decepcionada.
Ricardo; Carla.



Repentina ráfaga de viento.
Una muñeca que cede, un paraguas que huye. Que vuela.
Cede la ventisca, cesa la rebeldía del artilugio rendido en la acera.
Un agobiado oficinista divorciado lo recoge.
Una agotada y decepcionada recepcionista desanda sus pasos.
Ella esboza una sonrisa de gratitud.
Cruzan miradas, sonríen cortésmente…
Carla vuelve a caminar.
Ricardo espera un instante a que ella avance y retoma su andar:
La relación espacio-tiempo que les une no se alterará ya más.

lunes, 14 de julio de 2008

Mis horas mías

Tengo un reloj de pared sin pilas, puesto del revés, tirado en el piso. También tengo uno de pulsera junto a la cama, que sigue haciendo ‘pip’ cada sesenta minutos.

En el móvil de la empresa también puedo saber qué momento es ahora; con tres minutos de retraso respecto a la hora que señala mi otro móvil. El teléfono fijo también me indica los tiempos, pero ni lo miro. En la calle, camino a la oficina, una parada de autobuses acusa mi retraso diario. También los andenes suelen señalar los plazos; este mismo ordenador mientras tecleo marca las 22:50. Ó el ordenador en mi escritorio de trabajo. Y la pantalla de la tele al cambiar de canal.
Además siempre hay gente que señala cuánta falta para “esto y aquello”, que comenta horarios cuando se agotan otros temarios.

Un día, una hora, un minuto, dos segundos.
Dos días, dos horas, dos minutos, tres segundos.
Tres días, tres horas, tres minutos, cuatro segundos.
Ocho segundos, nueve minutos, seis horas, siete días.

Una semana.

Cinco meses.
Un semestre.
Un año.
Una década.
Una vida.
Un siglo. (‘Pip’, serán las 23:00)
Una vida.
Una década.
Un año.
Un semestre.
Cinco meses.

Una semana.

Siete días, seis horas, nueve minutos, ocho segundos.
Cuatro segundos, tres minutos, tres horas, tres días.
Tres segundos, dos minutos, dos horas, dos días.
Dos segundos, un minuto, una hora, un día.

Los temarios se han agotado si se comenta horarios, cuando señalamos cuánto falta para “esto y aquello”, gente.

Al cambiar de canal en la pantalla de la tele. En el trabajo, en el ordenador en mi escritorio. Sigo tecleando pero ya marca las 23:18 este mismo ordenador; en los plazos –con o sin prisa- de los andenes. En la diaria tardanza reflejada en la parada de autobuses, rumbo a la oficina, en esa calle de doble circulación. En el fijo teléfono en el que no me fijo. En mi otro móvil que adelanta tres minutos respecto al móvil de la empresa, también puedo saber qué hora era entonces.

Cada sesenta minutos escucho una queja, un ‘pip’, de aquel reloj de pulsera que junto a la cama tengo. Tirado en el piso descansa un reloj de pared sin pilas, puesto del revés.

La luna de Doña B.

Voy a escribir la letra de una canción (si alguien quiere ponerle música, adelante, sería una baladita imagino...)
Ahí voy:

No somos tan distintos
pensaba ese señor
La culpa no es tuya
no hay culpas, sólo dolor.

Sonrisas y estrellas
lunas, lunas, tantas lunas

Esquinas y caricias,
un abrazo, dos despedidas
y otra luna entre las dos

Lunas fugaces y malditas
testigos de un adiós

La luna de Doña B. ilumina
ese cartón (vacío) de tabaco
que alguien tira
desde un balcón.

Sonrisas y estrellas
lunas, lunas, tantas lunas

Lunas fugaces y malditas
testigos de un adiós

Sonrisas y estrellas
lunas, lunas, tantas lunas

Esquinas y caricias,
un abrazo, dos despedidas
Lunas fugaces y malditas

lunas, lunas, tantas lunas...
lunas, lunas, tantas lunas...
lunas, lunas, tantas lunas...

sábado, 12 de julio de 2008

Ascensorius

Puertas abiertas y cerradas

Tenía pensado montar un collage
para explicarles mis encuentros
con un ET vueltero
que
me exigía
¡un euro! para poder ver
en directo a The Police, Dylan y a Lenny ‘Caritz’…
Creía que podía surgir un relato interesante, divertido.

También iba a aparecer en un papel estelar
una borboleta danzarina,
un superhéroe moderno: “mochilaman”,
un villano: “Ascensorius”
y mucho más…


Quería hablar de la grúa que sostiene a la luna.

Pero quedará para otro día.

* * *


Aprovecho entonces para compartir una poesía de Roberto Juarroz:

Las puertas no se abren en el aire:
Se abren y se cierran adentro de nosotros.
Cada una es un filo en el mundo,
Pero es un tajo entre las manos y el amor.
Y en las noches de niebla,
Cuando dejar el lecho equivale a abandonarse,
Cada una es un corte en la estrella solitaria
Donde vivir se parece a no haber sido
o a un oscuro resplandor sin estrella.

Las puertas son ventanas demasiado activas,
inestables sellos
donde el corazón no puede concentrarse.


* * *

[Ah! otra cosa, ya pueden llamarme filántropo: hoy doné 67 monedas de un céntimo a la fundación Ronald McDonald]

Vercírculo

Un homenaje a ese email que no quise responder.

jueves, 3 de julio de 2008