“¡Hasta siempre, Alicia!”. Es sábado y por unos segundos me he adentrado en ‘Wonderland’… Sigo andando por Manuel Becerra, ahora con una sonrisa tras aceptarle el folleto bíblico a esa simpática abuelita que me retuvo unos minutos con su candidez y bonhomía. Giro en la esquina a la izquierda, avanzo unos pasos más y me meto en la peluquería.
‘Esto se parece un poco al cielo’ pienso con elemental ironía mientras espero que me atiendan. Personalmente, el perfil peluquera-estilista no suele resultarme muy sensual, pero en este local específico acepto con objetividad que hay tres chicas muy bonitas. Una en especial: morenaza latina de rostro hermoso (unos labios… en fin, una pena) y cuerpo solidario. Pero vamos, que la que se encargó de mi cabeza no fue ella.
Les estaba contando mi sábado, así que retrocedamos un par de horas. Desperté cerca del mediodía, mastiqué algo y con un simple movimiento anular sobre la tecla ‘play’ logré encender la tele, poniendo simultáneamente mi cerebro en ‘pause’. Luego me afeité, me duché, me vestí, me fumé –un cigarrillo- y me fui –por ahí-. Caminaba sin rumbo fijo cuando Alicia (con bastón y batón) se acercó a saludarme.
“Hola jovencito, disculpa bla-bla-bla…” El discurso habitual de todo creyente cuando nos ofrece la ‘Salvación’ (así, con mayúscula, ‘v’ y tilde en la última vocal, que no basta con salvarse sin más; ya que pasaremos a mejor vida, mejor intentarlo sin errores ortográficos).
Me descubro cordial y educado en nuestro diálogo, y la señora antes de despedirse me dice su nombre, pregunta el mío “mi hijo se llama igual”, consulta si soy del barrio “ahora podré saludarte por tu nombre cuando vuelva a verte” y me entrega un pequeño panfleto titulado ‘La vida en un pacífico nuevo mundo’.
La ilustración de la portada es realmente inquietante. Una imagen de una verde pradera en la que se vislumbra la llegada del otoño en el follaje de los árboles; un cristalino lago con hermosas casas de madera pintadas de puro blanco; arbustos con frutos del bosque; un niño con una cesta desbordante de manzanas (primera inquietud: ¿La fruta de la tentación?); montes nevados en el horizonte; personas de distintas razas y todas sonrientes; una niña alimentando con moras a un oso (segunda inquietud: ¿Un oso?) y por último, que ya aburro: un padre sosteniendo a su hija para que la pequeña pueda acariciar a un león (tercera inquietud: ¿Un león en un paisaje cuasi-alpino?).
En fin… Es un día hermoso (ya no hablo del dibujo, aunque en él también). Es un hermoso día de primavera en Madrid. Tras el corte de pelo, almuerzo algo por ahí, tomo un cafecito, hago algunas compras y doy unas vueltas disfrutando del sol, hasta que decido regresar a casa.
Este sábado buscaba calma, sosiego, serenidad, placidez. La encontré en el rostro de esa simpática mujer cuyo ‘pacífico nuevo mundo’ conservo en un bolsillo. “¡Hasta siempre, Alicia!”.