martes, 29 de abril de 2008

La primera mujer

Anoche no me podía dormir, daba vueltas y vueltas en la cama. Me levanté a escribir en mi cuaderno de anotaciones sólo una frase: ‘La primera mujer’. ¿En qué estaría pensando? Ni idea.

Lo único que se me ocurre ahora mismo al ver eso que apunté anoche en aquel papel es que tengo mejor caligrafía cuando escribo semidormido y en semipenumbra. Tal vez porque me esfuerzo con las letras para poder entenderlas al siguiente día. El puntito sobre las íes, las emes que parecen emes, etc. La e sin embargo siempre me genera problemas: en una misma palabra puedo utilizarla en cursiva minúscula y a continuación escribir una E en imprenta mayúscula. No sé, sólo una estupidez que quería comentar.

Eso de la primera mujer… Continúo sin recordar su significado. Creo que tengo que dejar de escribir por un tiempo, estoy agotado de buscarle sentido a las palabras. Hay días que surgen historias simpáticas, pero cuando estoy más concentrado en decorar frases es porque ha llegado el momento de descansar.

Otra vez ese maldito reloj… ‘Pí-Pí’ cada vez que comienza una nueva hora. Tengo más ganas de regalarlo que de intentar sentarme treinta segundos a ver si se puede quitar el sonido.

¿Se han dado cuenta, no? Algunos párrafos son mucho más válidos que otros, porque hablan de algo concreto y real. Los demás podrían no haber existido.

Voy a probar algo: los párrafos que no valen la pena, los voy a ir tachando, verán que el presente texto podría prescindir de ellos. Es como con el reloj, no lo necesito para saber que la vida pasa.

Mujer, primera… Nada, no le encuentro la vuelta. Hum… la primera mujer… ¿Será algo bíblico? En realidad ahora mismo iba a presentarles una concatenación de conceptos intrascendentes pero exquisitamente elaborados: una mentira.

Ya recordé a qué hacía referencia esa frase apuntada anoche en mi cuaderno, pero ni loco me pongo a explicarlo acá.

Sería una mentira como todo este texto, que puede interpretarse de diversas maneras: leyéndolo de modo global ó parcial, descartando la lectura de los pasajes destacados ó sólo de los censurados… OK. Tacho este párrafo también, que estoy subestimando a los lectores.

Lo siento. Espero que acepten mis disculpas.

lunes, 28 de abril de 2008

Alicia

“¡Hasta siempre, Alicia!”. Es sábado y por unos segundos me he adentrado en ‘Wonderland’… Sigo andando por Manuel Becerra, ahora con una sonrisa tras aceptarle el folleto bíblico a esa simpática abuelita que me retuvo unos minutos con su candidez y bonhomía. Giro en la esquina a la izquierda, avanzo unos pasos más y me meto en la peluquería.

‘Esto se parece un poco al cielo’ pienso con elemental ironía mientras espero que me atiendan. Personalmente, el perfil peluquera-estilista no suele resultarme muy sensual, pero en este local específico acepto con objetividad que hay tres chicas muy bonitas. Una en especial: morenaza latina de rostro hermoso (unos labios… en fin, una pena) y cuerpo solidario. Pero vamos, que la que se encargó de mi cabeza no fue ella.

Les estaba contando mi sábado, así que retrocedamos un par de horas. Desperté cerca del mediodía, mastiqué algo y con un simple movimiento anular sobre la tecla ‘play’ logré encender la tele, poniendo simultáneamente mi cerebro en ‘pause’. Luego me afeité, me duché, me vestí, me fumé –un cigarrillo- y me fui –por ahí-. Caminaba sin rumbo fijo cuando Alicia (con bastón y batón) se acercó a saludarme.

“Hola jovencito, disculpa bla-bla-bla…” El discurso habitual de todo creyente cuando nos ofrece la ‘Salvación’ (así, con mayúscula, ‘v’ y tilde en la última vocal, que no basta con salvarse sin más; ya que pasaremos a mejor vida, mejor intentarlo sin errores ortográficos).

Me descubro cordial y educado en nuestro diálogo, y la señora antes de despedirse me dice su nombre, pregunta el mío “mi hijo se llama igual”, consulta si soy del barrio “ahora podré saludarte por tu nombre cuando vuelva a verte” y me entrega un pequeño panfleto titulado ‘La vida en un pacífico nuevo mundo’.

La ilustración de la portada es realmente inquietante. Una imagen de una verde pradera en la que se vislumbra la llegada del otoño en el follaje de los árboles; un cristalino lago con hermosas casas de madera pintadas de puro blanco; arbustos con frutos del bosque; un niño con una cesta desbordante de manzanas (primera inquietud: ¿La fruta de la tentación?); montes nevados en el horizonte; personas de distintas razas y todas sonrientes; una niña alimentando con moras a un oso (segunda inquietud: ¿Un oso?) y por último, que ya aburro: un padre sosteniendo a su hija para que la pequeña pueda acariciar a un león (tercera inquietud: ¿Un león en un paisaje cuasi-alpino?).

En fin… Es un día hermoso (ya no hablo del dibujo, aunque en él también). Es un hermoso día de primavera en Madrid. Tras el corte de pelo, almuerzo algo por ahí, tomo un cafecito, hago algunas compras y doy unas vueltas disfrutando del sol, hasta que decido regresar a casa.

Este sábado buscaba calma, sosiego, serenidad, placidez. La encontré en el rostro de esa simpática mujer cuyo ‘pacífico nuevo mundo’ conservo en un bolsillo. “¡Hasta siempre, Alicia!”.

lunes, 21 de abril de 2008

refugio


Este es mi refugio. Mi guarida, mi cueva, la cima de mi montaña. Queda en un remoto lugar llamado por algunos ‘javilandia’.

Internémonos en este territorio en el que la semana dura un día, ese día dura veintipocas horas y en donde uno despierta siempre en domingo:

El paisaje es algo desértico hoy, aunque no siempre es así. Suele variar, modificarse continuamente. Por momentos se asemeja a una larga y recta carretera abandonada, con repetidos cactus como únicos testigos del ocasional viajero. No hay gasolineras, ni señales de tráfico, ni límites de velocidad. Tampoco carteles publicitarios, ni coches descapotables, ni motociclistas, ni alocadas anécdotas, ni bonitas camareras en una cafetería al hacer un alto en el camino. Sólo se puede avanzar. O mejor dicho: continuar, porque no queda claro si la dirección es hacia delante ó hacia atrás; si es hacia el oeste, el norte, el este ó el sur.

Otras veces es una senda zigzagueante, indecisa, rodeada de frondosa vegetación. El paseante anda a los tumbos evitando ramas, espinas, troncos y pozos. Da vueltas y giros pero termina confundido, sin tener la seguridad de haber cambiado de lugar, con el temor a estar rondando eternamente por un mismo espacio. Rotando y rotando sin parar. Circulando en círculos concéntricos, en una trayectoria asfixiante de la que no logrará fugar.

Por momentos el clima es pesado, agobiante, el sol pesa sobre los hombros. La saliva escasea, los labios se regodean con el sudor salado, no hay sombra en donde protegerse y descansar.
Algunos días, la lluvia arremete con todo. Cuesta afirmarse en el lodo, la ropa repele a la humedad tanto como puede hasta que se rinde a tanta precipitación y las gotas de agua comienzan a invadirlo todo: vestimenta permeable que no resiste la tormenta.

El clima, el terreno, el trayecto, el humor, el amor… Nada es permanente en esta tierra relativa.

Hoy es domingo, o al menos eso creo.
Hay domingos inciertos.
Hay ciertos domingos que son mejor evitarlos.

Bienvenidos a javilandia.

viernes, 11 de abril de 2008