sábado, 30 de agosto de 2008

Gimnecio


Hoy fui al gimnasio.

Me había despertado con una mezcla de sensaciones bastantes negativas: 300 gramos de tristeza, 200 gramos de bronca, 100 gramos de nostalgia y una pizca (a gusto) de soledad.

Intenté desayunar, pero descubro que no había leche para los cereales; tampoco pan para la mermelada; fruta, nones. Termino con el poco zumo de naranja que aún quedaba y salgo de casa con mi ropa deportiva hacia un bar.
Tiro la botella del zumo en el contenedor de reciclaje de vidrio, hablo por el móvil con ella (que se asoma por el balcón) y empiezo a caminar.
Una mariposa amarilla se posa en las lavandas de la acera.
Imagino una rata en el descampado. Compro el periódico, entro a un bar y desayuno antes de continuar la marcha hasta el gimnasio.

Allí, la mecánica y habitual ceremonia: un poco de aparatos para brazos y piernas, unos abdominales… y cinta. Tranquilo -ya con la mente despejada- me pongo un rato a andar. Aluciné. No sé si fue el cansancio, la baja de azúcar, una sobrecarga muscular, un pinzamiento en el músculo esquizofrenidal o vaya uno a saber por qué, pero aluciné.

“Gi-li-pollas”
“Gi-li-pollas”
“Gi-li-pollas”
“Gi-li-pollas”
No me lo estoy inventando, pero la cinta hacía un sonido extraño, como si regularmente repitiera ese insulto.
“Gi-li-pollas”
“Gi-li-pollas”
“Gi-li-pollas”
“Gi-li-pollas”

Así durante 15 minutos.

Estábamos solos. La cinta malhablada, el espejo (siempre hay espejos en los gimnasios) y yo, el insultado. Termino mi rutina, me refresco en la ducha, me tomo una bebida isotónica, me cuelgo en los hombros mi mochila y me voy.
Paso frente a la cinta, le hecho una mirada de soslayo –no sin cierta carga de odio- y me voy sin decir nada. No tengo fuerzas para replicarle.

Nos volveremos a encontrar el lunes, ya verá esa maldita.

martes, 5 de agosto de 2008

747

Buenos Aires, lunes 24, 8.43 horas: en el hall del aeropuerto de Ezeiza, un matrimonio mayor y una mujer están despidiendo a un hombre.

* * * * * * * *

-Bueno ahora sí, los saludo y me voy, son las 8 y 43.
-Pero si sale dentro de media hora, nene.
-Ya lo sé mamá, pero de este modo tengo quince minutos para pasear por el free shop y después puedo ser de los primeros en abordar, guardo mis cosas tranquilo en el portaequipaje…Ya saben cómo soy. ¿Ustedes la alcanzan a Marcela, no?
-Sí, quedáte tranquilo amor, hoy pedí entrar más tarde al trabajo para venir a despedirte. (Marcela y Andrés se dan un beso en la boca corto, incómodo, como siempre que están frente a los padres de él)
-Chau amor, mañana madrugo para llamarte a tu casa antes de que salgas a trabajar, porque hoy –ya te expliqué- por la diferencia horaria acá va ser medio tarde, un beso.
-Un beso amor.
-Cuidate pibe.
-Llamame a mí también si tenés tiempo, nene.
-Bueno un beso, chau ma, chau pa.
Andrés se traslada al sector de preembarque; por primera vez viajaba por trabajo, se ausentaría por un mes. Hace veinte días, cuando el gerente de la distribuidora le dio la noticia, por alguna razón la idea lo incomodó)
-González, tengo que pedirle un favor, mejor dicho, la empresa… Necesitamos presentar este plan de ventas nuevo en Madrid y pensamos que es una buena oportunidad para usted (Andrés González es esa clase de persona que logra con su formalismo demodé evitar que lo tuteen); después Ana (una de las secretarias del directorio: castaño claro, elegante, tentadoramente desinhibida) le pasará los detalles.
-Muchas gracias, señor, le agradezco.
(Andrés González continuó esa mañana con su papeleo habitual, sus planillas de excel, los memos -como cuando jugaba en soledad en su niñez- y antes de terminar el día, recibió el llamado de la secretaria)
-Sr. González, si tiene tiempo ahora, puedo acercarme a su oficina y entregarle lo que creo que necesita… (Ella tampoco lo tuteaba, pero disfrutaba jugando con un doble sentido -algo elemental, es cierto- que nunca fallaba entre la fauna empresarial masculina que la rodeaba)
-No se moleste Martínez, tengo que entregarle unos sondeos para el subgerente, y ya que el próximo tren no sale hasta las 20.19, puedo aprovechar y discutir ese tema hoy mismo.
(La idea de que ella se acercara a su oficina, ubicada en un sector donde a esas horas ya no quedaba personal lo incomodaba)
-Chau Ana. ¿Te espero?
-No Inés, tengo que esperar a González para entregarle unos papeles…
-Suerte con ése, lástima que sea tan arisco, si no, ya me habría animado a tentarlo. Un beso, hasta mañana.
-Hasta mañana.
Ella coincidía con Inés, salvo en un punto: había tomado la decisión de animarse. Los papeles del gerente con la información del viaje los tenía en su escritorio desde el mediodía pero había esperado hasta último momento para llamarlo, confiaba en sorprenderlo cansado, con la guardia baja, y en sus encantos propios, que podían potenciarse por el sabor de lo prohibido, como puede ser para alguien como él ser seducido en el lugar donde la flechita del cartel “Directorio” termina.
-Buenas tardes Srta. Martínez. ¿Tiene algo para mí? (Casi se sonroja apenas terminó de hacer la pregunta)
-Usted sabe que sí, González… (Una tenue sonrisa acompañó a la respuesta de Ana, junto con un muy suave movimiento de manos)
-Excelente, aquí le dejo las planillas de ‘Consumos’ para Bemberg.
-Está bien… Bueno, tenemos que discutir su viaje a Madrid… ¿Piensa hacerlo solo? Porque la empresa le pagaría otro pasaje y estadía, como por ejemplo para una asistente…
-No, prefiero ir solo. (Su respuesta lo sorprendió, podría haber utilizado el segundo pasaje para su novia Marcela)
-Qué lastima, pudo haber sido mi oportunidad, trabajar con usted me encantaría… (Esta línea adquirió ribetes cuasi burdos, con toda una gestión corporal de una secretaria ansiosa por seguir demostrando que pese a orillar los cuarenta, continúa físicamente más próxima a los treinta)
-Le agradezco, usted sabe que siempre he valorado su profesionalismo… (El anterior movimiento de ella no había pasado inadvertido para él)
-¿De verdad? (obvia falsa inocencia) Siempre creí que no lo habías notado… (Se frenó, lo había tuteado) Perdón, no quise incomodarlo…
-No te preocupes, no es tan grave… (Comenzó a sentir calor, por primera vez había abandonado el formalismo en el trabajo)
-Bueno, entonces viajará solo: el vuelo es el lunes 24, a las 9.15 por Lufthansa. (Él la había tuteado a ella, la situación era extraña, estaba confundida)
-¿Cuántos días serían?
-A ver…casi treinta.
-¿Ya tengo reservas en algún hotel, transporte y esos detalles ultimados?
-Por supuesto, aquí en esta carpeta está todo precisado, si tiene alguna duda, puede consultarme… (Hubo un frágil y por demás lógico contacto cuando le entregó el folio, él lo leyó brevemente, miró su reloj y luego observó que estaban solos en el lugar)
-¿La Srta. Inés ya se marchó?
-¿Necesitaba algo de ella? Está a tiempo de alcanzarla… (Su curiosidad la había reanimado y retomó su estilo habitual)
-No sea así…
-¿Así cómo?
-Usted sabe bien a qué me refiero… (estaba cansado y se notaba, por eso había caído en su juego)
-Tal vez sí, tal vez no…
-Bueno, si esto es todo, me retiro (ya había decidido quedarse).
-Es todo, pero… ¿Le puedo pedir un favor? (Ese gesto de acercar los hombros, potenciando los pechos…)
-Por supuesto… (Sabía que perdería el tren de las 20.19)
-Hoy me tocó a mí entregar las llaves para la gente de limpieza, que recién van a venir dentro de veinte minutos (en realidad cuarenta, pero él no iba a aceptar esperar tanto), le agradecería que no me dejara sola… (Recurrió a su mejor arma, esa mueca con la boca)
-(Luego de mirar su reloj) Encantado.
La siguiente medio hora transcurrió entre frases hechas, diálogos inocuos, chismes laborales, insinuaciones, miradas, gestos, risas y sonrisas, hasta que él volvió a mirar su muñeca izquierda (ya no sentía calor) y le recordó que se hacía tarde.
-¿Cree que tardarán mucho más en llegar?
-¿La verdad? Sí, por lo menos otros veinte minutos, antes te mentí… (Ya habían superado la barrera del tuteo)
-¿Por qué? (Como si no supiera la respuesta)
-Quería conocerte de verdad, creo que lo estoy logrando…
-Se equivoca, Martínez (La contestación fue abrupta, al igual que su retirada)
Esa noche ninguno de los dos sintió hambre: ella apenas recalentó un poco de sopa y se durmió temprano, no podía reprocharse haberlo intentado; él abrió una lata de atún, habló con su novia por teléfono -nada para recordar- y se acostó, pero en su caso el sueño estuvo más reacio a aparecer.
Desde entonces González centró sus llamadas al Directorio en el interno de Inés, evitando a la Srta. Martínez. Ella tuvo que comunicarse con él por cuestiones laborales, como aquel informe de Bemberg, pero las conversaciones eran siempre cortas y monosilábicas. Habría querido charlar sobre lo sucedido, pero él nunca lo permitió y siempre evitaba el contacto directo y personal.
La nueva rutina se mantuvo inalterable en los siguientes días, y desde aquel incidente Ana Martínez abandonó su rol de gatúbela y Andrés González se concentró en su presentación para España.
Sólo volvieron a interactuar a través de un memo, en el cual el “Sr. González – Jefe de la División Ventas” solicitaba “en tanto la Compañía esté dispuesta a acceder” algunos cambios a su “organigrama de trabajo” para así “cumplimentar con mayor efectividad” los objetivos del viaje.

* * * * * * * *

Madrid, martes 25, 19:34 horas: en el hall del aeropuerto de Barajas una pareja se encuentra, se da un beso furtivo, ambos miran para los costados y corren hacia un taxi. González, recién llegado, observaba la escena.
-Creo que me va a gustar esta ciudad, Ana.
-A mí también Andrés.

(24 de mayo de 2001)